miércoles, 13 de mayo de 2009

En busca del sol (parte 2)

En una ocasión tuve que dejar a George con mi madre por cuestiones de trabajo. Era la primera vez que no compartíamos el fin de semana. No fue hasta aquel momento que recordé las palabras de la sra. Grass, porque tras muchos años volví a ver el sol, y quedé hipnotizado por sus ardientes soplidos hasta que la noche lo escondió en uno de sus bolsillos. Recordé que jamás había visto la cara de George bañada en el calor del astro rey. ¿Por qué no podía estar el pequeño a mi lado? Todo era tan extraño que decidí descubrir el motivo de ese misterio, con el objetivo de darle al hijo de Amanda por fin el único regalo que deseaba. Me obcequé con la idea de que ese año los Reyes Magos serían capaces de darle lo que pedía, costara lo que costara.

Busqué en los mapas metereológicos de Europa un anticiclón que asegurara la inexistencia de nubes. Ahí estaba, en Portugal. Pedí una semana de vacaciones en el trabajo, y fui a buscar a George al colegio con su maleta ya preparada. Me saludó con un "¿Dónde vamos?", y no supe qué contestar, así que simplemente le sonreí protegiéndole con un más que amortizado paraguas.

- No has traído el cazasoles mágico!!! - exclamó al mismo tiempo que lo hico un rayo.
- No te preocupes, te he traído uno nuevo con muchos más poderes.

Emocionado insistió en verlo. Pero le dije que no podía sacarse de la funda mágica hasta que el sol estuviera cerca. Y en el momento que se tranquilizó alegremente, dejó de llover, pero las nubes seguían ahí.
Conduje durante 5 ó 6 horas seguidas. Descansamos en una gasolinera cerca de Madrid y continuamos el viaje hasta que se hizo de noche. Por fin, las nubes desaparecieron, como cada noche, y George se quedó mirando la luna hasta caer profundamente dormido. Al llegar a Oporto lo cogí en brazos suavemente para no despertarle. Lo acosté en su cama del hotel, lo miré durante unos instantes, y solicité que el servicio de despertador nos avisara a las 6 de la mañana para enseñarle su primera salida de sol. Tardé en quedarme dormido, pues su sueño se había convertido en el mío, y la emoción mantenía mi mente intranquila. En algún incierto momento de la ya entrada noche, mis párpados se cerraron.

- George, ya es de día. - lo sacudí con delicadeza para despertarle en contra de su voluntad.

Me dirigí a la ventana, tomé aire, y corrí la cortina con esperanza. Ahí estaba el cielo, en una mezcla de azul oscuro y gris. Quizás eran nubes, o quizás era cielo. Los primeros rayos aún no habían salido de los bolsillos de la noche, pero no tardarían en hacerlo. Volví a llamar a George aumentando el volumen de mi voz, pero no me había dado cuenta que él ya estaba a mi lado mirando el horizonte con las mismas ansias que yo.

- ¿Tú crees que estará ahí?- me preguntó con un melancólico miedo librándose de las legañas que le impedían abrir bien los ojos.- Necesitaré el cazasoles nuevo.
Y mientras le daba el cazamariposas le contesté:
- No puede estar en otro lugar. Ahí nace el sol.

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